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LA GASTRONOMÍA

Cocina andina, costeña o amazónica nos hacen un guiño de ojo desde el menú que se promociona en los diferentes puntos de comercialización de comidas.

Es en base a ello que decidí iniciar mi recorrido gastronómico como buen sibarita de mi tierra. Con alma aventurera tomé el primer bus de salida andina donde me acomodé tan estratégicamente que sin darme cuenta empecé a inventariar lo que mi mente ya conocía con muy buenas referencias;  el té de rosas que servido en el callejón interandino, le alegra el alma y le aviva la vista dentro del panorama estrecho de la circunferencia de una taza bien calada y ancha que alberga los pétalos bien rosados y aromatizantes para una tarde fría y nublada.  Horas más tarde hice mi primera parada mochilera en el restaurante “Yanuncay” bien ubicado en un sector céntrico de la ciudad capital, donde amablemente me recibió Don Manuel Caizaguano, propietario del local, quien sin dudarlo un momento me sugirió su menú del día, el cual incluía un suculento locro de papas, humitas, quimbolitos, entre otros. Pero lo más le llamó la atención a mis ojos, fue el hornado con mote pillo y una salsa de cebolla que lucía espectacular. “Es la opción gastronómica que más nos pide la clientela, especialmente los fines de semana donde acuden con toda la familia” expresó el dueño,  quien después de cobrarme la buena porción de hornado me alentó para que regresara pronto, recordándome enfáticamente que la fanesca de semana santa es todo un rosario de porotos que rezan las mejores letanías de la madre tierra y que es un buen referente para todo turista.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Agradecido agité mi mano mientras salía y asociaba el tema con las guaguas de pan con colada morada, inmortalizadas desde el Tahuantinsuyo y las fenomenales creencias de venerar a los muertos con la gastronomía en su nombre y hasta su sacra memoria.  ¡Cuantas tradiciones ..!!

Me apresuré y tomé el bus que me llevaría al litoral y durante esta larga trayectoria aseguré algunos bocadillos típicos ofrecidos por vendedores ambulantes que me deseaban buen viaje al mismo tiempo. Es así como armé mis provisiones con ayuyas, pan serrano y queso de hoja.

Más tarde y mientras me quedaba dormido lo pensaba dos y tres veces pero el tema de mi dieta una vez más quedaba postergado ante tantas exquisiteces bien ofrecidas.

 

Pasó toda la noche y a la media mañana del siguiente día ya me encontraba en Manabí, mi oriunda provincia querida donde nos encontramos con otras exquisiteces que nos dejarán sin respiro y que mejor si son ofrecidas por los nativos de la zona. Me refiero a los cholos costeños, montubios y peninsulares, que han nacido entre platanales, hamacas y almidón y que conocen al dedillo la sazón exacta de los sabores que el campo y el mar le pueden ofrecer a cualquier mortal.  Los afamados patacones, típicos de nuestra costa ecuatoriana, servidos con corvina frita en salsa de cebolla y marinados con ají bravo para los verracos de gustos fuertes y entonados brindados por Doña Gladys quien lleva una década completa deleitando a su fiel clientela con su sazón criolla. “Cada vez descubro más combinaciones posibles en la cocina si hablamos del verde, cuando junto todos los ingredientes diarios. Hasta ahora he recibido siempre buenos comentarios de quienes frecuentan mi local y lo recomiendan”, acotó su espontánea dueña. Yo me quedé con un generoso plato de mariscos encurtidos con limón y patacones, a los que decidí unir una porción de muchines y sal prieta.  Que pena sentí luego cuando me percaté que ya no me quedaba espacio para los sancochos, encocados y canoeros que sin duda le son  de deleite a cualquier turista.    

 

 

 

 

 

 

 

 

La señora Gladys también recordó en mi compañía que el rompope de la abuela es algo que deja sin palabras, preparado con tanta paciencia y sutileza, mezclando huevos, leche y ron sin dejar de agitarlo mientras se cuece a fuego lento.

Esta receta ya pocos la saben porque prefieren los cocteles de las discotecas que son ya la segunda línea de bebidas gastronómicas de autores anónimos. Mi itinerario seguía y mi bus debería salir en treinta minutos. Este encuentro estaba interesante pero mi retorno a Guayaquil era inminente. Me despedí efusivamente y prometí regresar en el primer feriado que me ofreciera la agenda de festividades patrias.

 

Estaba tan cansado que morfeo me abordó sin dificultad y mientras estaba plácidamente dormido sobre el ventanal del bus, mi mente seguía viajando y recorriendo por otros senderos que me mostraban alternadamente la región insular unida a la región amazónica, las cuales nos ofrecen sin duda una vasta carta de mariscos refinados como la langosta, venerada cual doncella del Olimpo e invicta siempre entre los paladares más exigentes de los turistas.  Los pescaditos de agua dulce o las albacoras. Sin dejar de mencionar los crustáceos más populares que recorren las ollas y mesas de todos los estratos sociales: Los cangrejos, con su inigualable sabor de ajo, cebolla y especias claves.  Las comidas exóticas no serán jamás la excepción en la gastronomía ecuatoriana, un seco de tortuga, un estofado de iguana, una chicha de jora, ayampacos asados en hoja verde y otras rarezas que a cualquiera asaltan y deleitan…

Cuando llegué a Guayaquil desperté abruptamente ante el llamado del pasajero que estaba a mi lado.  Eran las nueve de la noche y curiosamente mis impulsos reaccionaron con una cadena de olores y sabores que me dejaron más apetito y solo pude repetir en mis adentros: Ese es mi país… Esa es mi comida… Mi cultura tan múltiple y bendecida.  Es la mesa de la gastronomía ecuatoriana… Bien servida, muy variada y muy codiciada y que en estos días ya está siendo reconocida y galardonada.

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Bolones, tortillas y empanadas preparadas con verde. Clásicas tradiciones culinarias.

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Los emblemáticos platos andinos

servidos generalmente con mote

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