
ANTES DE LLEGAR
Una mañana algo nublada, con esbozos de sol, oscura y un poco fría. Así era el ambiente inicial de mi aventura, mi destino era Salitre. Rápidamente llegué al terminal, donde no tardé en comprar mis boletos. Conseguí ingresar al autobús, pero lograrlo fue complicado; todas las personas se aglomeraban y tuve que forcejear un poco para entrar. No me malinterpreten, no me gustan los enfrentamientos físicos, pero estaba emocionado así que quería que esto empezara.
El carro había encendido y empezó a moverse. Eso solamente significaba una cosa… que iba a conocer nuevos lugares, además de obtener nuevas fotos y de degustar nueva comida.
Ya habían pasado algunos minutos y algo causó alarma en mi cuerpo… el malcriado de mi estómago estaba sonando... A mi mente llegó velozmente un flashback y éste me mostraba como había olvidado mi desayuno. Lo preparé pero como siempre suelo comer ansias, salí de casa y no pude disfrutarlo. Ya eso no era importante, lo relevante ahora era saciar a la bestia que tenía por estómago, el cual me gritaba: ¡Quiero comer!
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Como una señal del destino, luego de una breve parada, se subieron diversos vendedores. Ellos poseían diferentes tipos de comida, había para todos. Si querías algo suave, había tortillas de choclo con queso, corviches y empanadas de verde. Si por el contrario querías algo más fuerte, también había tarimas de comida que incluían un delicioso menú: arroz con menestra y carne, un oloroso arroz con pollo y seco de gallina criolla.
En ese momento me preocupaba el hecho de que tal vez si me decidía en comprar algo de esto, no iba a encontrar una bebida para acompañarlo. Al segundo otro vendedor gritaba con fuerza ¡Vaso de cola a 10 centavos! y un poco más lejos, otro mencionaba que su agua de coco era la mejor. Ya no tenía preocupaciones y si me quedaba alguna, el señor de gafas oscuras con una cicatriz en la ceja que estaba a mi derecha, la despejó. Este me dijo con efusividad que acababa de comprar un corviches y que estaba delicioso. Me aconsejó comprarlo y me sugirió que le agregara la salsa con ají.
Con esa excelente recomendación, hice efectiva la compra y luego de disfrutar ese pequeño aperitivo llegó la calma. Aunque ésta no duraría demasiado; fallas técnicas llegaron. El autobús presentó problemas y el viaje se detuvo en un pequeño pueblito llamado “Mastrantal”.
El conductor nos indicó que demorarían unos 30 minutos arreglando el problema. Ansioso como siempre decidí explorar y buscar un buen lugar para comer, mientras caminaba observaba algunas opciones. Pero nada me convencía y la presión era demasiada. Luego de analizarlo me decidí. Entré en un local llamado “La sazón de la Pancha” bastante humilde, bueno esa no sería la palabra, yo lo llamaría acogedor, la dueña doña Panchita era muy agradable y tuvimos una charla muy interesante.
Ya tenía elegido lo que compraría pero algo me hizo cambiar de opinión, mientras esperaba que tomaran mi pedido; una familia de tres miembros quienes se encontraban terminando de comer. El señor era alto muy blanco y de ojos azules junto a él se encontraba quien imagino que era su esposa además de su pequeña hija, todos ellos mencionaban lo rico que estaba lo que almorzaban.
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No pude con la curiosidad y le pregunté al señor sobre lo que comía, algo temeroso porque sabía que tal vez estaba siendo algo impertinente. Él con muy buena vibra me explicó que era la especialidad de la casa y que es un plato común pero a la vez único, casi asegurando que nunca había probado algo igual. Me acerqué hacia donde Panchita y le solicité un cambio de platos. Quería su especialidad. Necesitaba que mis papilas y mis canales olfativos probaran ese nuevo sabor, ese nuevo olor, pero mi duda aún era grande ¿Qué exactamente era el plato especial del local? Ella no dudó en explicarme que se trataba de una sopa de pollo, no muy diferente al resto pero que tenía algo especial y que era un manjar para los clientes.
Llegó el momento, el platillo venía en camino, el olor era indescriptible pero eso no era suficiente para impresionarme. Cuando llegó a la mesa vi que la presentación era impecable y ya fui notando algunas diferencias con otras sopas de este estilo. Ésta llevaba bolitas de verde, zanahoria cortada en triángulos, un pequeño manto de hierbita y yuca. Como agregantes traía pan de ajo, limón y aguacate.
La primera cucharada iba en dirección a mi boca y entonces una explosión de sabor era deliciosa, no sé si fue el momento o tenía algo que la hacía especial. Dejé el plato limpio y al terminar no dudé en preguntarle a Panchita ¿Cuál era su secreto? Y respondió que si me lo decía no sería un secreto, a lo que sonreí, agradecí y me fui.
Llegué al carro y en unos segundos más partimos. Sobre mi asiento y recostado hacia la ventana veía hermosos paisajes y recordaba lo deliciosa que estuvo esa sopa de pollo. El carro llegó y emocionado me pregunté ¿Encontraré algo igual en Salitre?
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Fonda de Doña Panchita.
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